EL PLAN

Por Francisco A. Avila

Dieciocho personas en el autobús y nadie parece darse cuenta que llevó mierda a cuestas, que soy un monstruo condenado, un engendro apocalíptico: asqueroso, nauseabundo.


Tal vez, si miro bien, todos tienen “algo”: el viejo de la puerta es calvo y mira lascivamente las nalgas de la morena de dientes chuecos y cabello de muñeca barata. El gordo a mi lado parece salido de una película gore; pero no, mi plan me hace peor: yo y sólo yo soy monstruoso.


Ha llovido toda la tarde, me gusta el olor que le da a la ciudad, el tráfico es más lento pero no importa, el olor de la lluvia y repasar por vigésima séptima vez el plan me mantiene bien.


Sin bandera en la radio, me caga: me la recuerda. Dudo del plan. Un idiota detrás de mí le canta la canción a su novia: patéticos.


El celular suena -Bueno… no, hay tráfico pero ya voy a llegar… como en diez o quince minutos… si yo llevo… ok. Cuelgo. Odio que me presionen, respiro, es mejor, no puedo echar a perder el plan.


Las manos me queman, la ropa no me contiene, ¿y si adelanto el plan? Nadie en este pinche autobús lo notaría, pero no, no veo a quien.


No hay luna ni estrellas, un cuadro celeste ideal para mi cometido; sólo faltan dos cuadras, siento la boca seca, me tiembla el párpado izquierdo: tranquilo, lo planeamos hace trece días, no puede salir mal, nos apegaremos al plan y esta noche comenzaremos a maquinar el siguiente.


Me levanto y toco el timbre, ella espera en la esquina, me acerco y la saludo, lleva su perfume caro, de verdad está desesperada, también yo.

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