ALMA APOLILLADA

Por Francisco A. Avila


Ya no sé que duele más, supongo que todo es la misma cosa al final: la certeza de la muerte, la miseria -potenciadora de dolor-, la soledad, saber que nunca amé ni fui amado…

Yo no solía llorar y ahora no puedo contenerme; con, o sin razón, mis ojos no dejan de expulsar llanto. No quiero a nadie cerca, me molesta que me vean tan desbaratado: mejor que me recuerden de otra forma.

No tengo a donde ir, pero hoy me iré, es un deseo muy gastado pero quiero morir junto al mar, ojalá pueda llegar a alguna playa en Oaxaca: no conozco ninguna. Podría trabajar de lo que sea. Hasta que el dolor me obligue a adentrarme en el mar: perderme en su paz.

Quiero gritar, pegar, berrear, morir de una vez por todas esta noche mientras duermo. Pero sé que no merezco esa muerte: es demasiado buena para mi; esperaré al mar, sé que dolerá, pero, ¿qué es un poco más de dolor?

Recuerdo que alguna vez tuve sueños, me propuse metas. Ya es tarde. No tengo tiempo para seguir soñando, ni siquiera para albergar un gramo de esperanza en algún rincón: no me cabe: no sobreviviría: tengo el alma apolillada.

Me gusta pensar en lo que vendrá “después”. Primero serviré de alimento en el océano. A veces me gusta creer que es un sacrificio: mi ofrenda a la madre tierra para sanar los pecados, míos, de todos. Y luego la reencarnación, me aferro a esa idea, desde siempre lo he hecho, tal vez por eso cometí y me permití tantos errores, ignoré las advertencias, los deja vus, las premoniciones, las voces, los muertos: espero recordarlo la siguiente ocasión.


***


La arena se está enfriando, el mar está bravo, hace frío, no hay nadie en la playa, aquí sentado el paisaje es maravilloso, quiero grabarlo en mi memoria: una vez que me levanté cerraré los ojos y caminaré derecho, derecho.

0 comentarios: