PUTO SEXO

Por Francisco A. Avila

Ahí estaba de nuevo, tratando de hacerme el héroe, ante los demás claro está, pues en realidad perseguía algo para mí, una estúpida intuición, una recompensa que había estado esperando por mucho tiempo. En realidad, tampoco era una recompensa, sólo era deseo, mi triste y desesperada ansiedad de sentirme deseado: el cimiento de mi destino. Desde pequeño he ido tras los hombres por el deseo mismo de deseo. Hoy me siento más viejo de lo que debiera. No soy más que carne putrefacta en un bonito embutido: igual que las carnes pasadas de los supermercados.

Puto sexo. Ya ni sé ha cuantos hombres me he tirado. Si fuera una puta más inteligente ahora sería millonaria. Claro que no estoy orgulloso de todos con los que he estado; ha habido chacales que preferiría matar con tal de que jamás pudieran decir que un día me tuvieron entre sus pezuñas.

Pero ese no era el punto. Contaba mi pequeña odisea. Iba tras el hermano drogadicto de mi mejor amiga, León. Llamó a eso de las diez y me pidió buscarlo en un hotel de Tláhuac. Su tono y la urgencia con la que me pidió que fuese a su encuentro más que preocuparme, me recordaron aquella noche, en la que “dormidos”, nos tocamos, fajamos, mamamos y estuvimos a punto de coger. Así que supuse que ese debía ser su plan: consumar nuestro juego de niños.

Estaba muy seguro de mí y de mi presentimiento. Tenía meses sin ver a León y pensé que si necesitaba hablar o ser rescatado por alguien yo ni siquiera figuraría en su lista. Después de dos horas en microbuses atascados y un sol abrasador, llegué al hotel. Inevitablemente me sentí una puta barata. León me había dicho que estaría en la habitación 28. Un empleado me guió a la habitación y tocó a la puerta, una, dos, cinco veces sin respuesta. Le pregunté si talvez no se habría ido ya. Como respuesta, su llave en la puerta. Y una escena que prefiero olvidar.

Dibujo de Guianeya Marín

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